
Bien es cierto que Lee ha sido históricamente tachado de racista, cosa que si analizamos sus películas desde un punto de vista objetivo descubrimos que es una conclusión bastante irreal, injusta y superficial. Spike Lee ha denunciado las fechorías y el abuso del hombre blanco desde su ópera prima en 1986, pero también ha sido completamente crítico con la pasividad del hombre negro, su costumbrismo y comodidades y una larguísima lista que sigue y sigue. De ese modo, podemos decir que los filmes de Lee suelen ser cine con amplísimo mensaje explícito e implícito y esa obsesión se extiende también a la mayoría de sus maravillosos documentales e incluso a las dos versiones de ‘They Don’t Care About Us’ (la de la cárcel y la de las favelas de Brasil) que hizo para su amigo Michael Jackson.

Y ahí está uno de los muchísimos aciertos de la película. Un jovencísimo Lee supo explicar una realidad social que se daba en todo en país en que la frustración, la pobreza, las limitaciones y la falta de esperanza en el futuro hacen que cualquier excusa sea válida para la violencia, los motines y cualquier vía de escape para toda esa tristeza acumulada desde el nacimiento.
Y tal como luego veríamos y aceptaríamos, aquí apreciamos ya todos esos tics en la dirección de los que hablábamos al principio y que acabarían siendo marca de la casa. Cámaras grúa, travellings, discursos insertados, mensajes subliminales, crítica para todos y todas, la obsesión (pagada) por las Air Jordans, las bandas sonoras de rap de Nueva York y unas caras conocidas que comenzarían a ser constantes en su filmografía.

Si eres seguidor de Lee te habrás dado cuenta que uno vuelve a esta cinta de vez en cuando, ya que bajo su aparente simplicidad explosiva esconde mucho más, y si no conoces el filme nunca es un mal momento para adentrarte en el caluroso Brooklyn y sus gentes de mano del que fuera llamado «Woody Allen negro».